31 julio, 2016

Una España como la de Los Santos Inocentes, pero con Smartphones.

artículo completo en: esencial o menos


"Cuando el PSOE llegó al poder en el 82 Alfonso Guerra dijo que “A España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Pasados cerca de 40 años de democracia en España, a día de hoy, no sólo no ha cambiado sino que las diferencias sociales se han agrandando y se ha profundizado en la división del pueblo. Una España como la de Los Santos Inocentes pero con Smartphones.

Porque la clase dominante, antes apoyando a Franco y ahora demócrata de toda la vida pero siempre manejando los hilos del poder, ha impuesto su discurso ideológico y el relato de su historia. Así, en este paradigma las clases no existen, son un invento de la izquierda trasnochada. Porque, en todo caso, se admite la existencia de una gran clase media con aires de grandeza que repudia su propio origen. Porque ha sido generalizado el convencimiento de que una persona que tiene un bar con dos camareros contratados y trabajando 14 horas diarias es un empresario (un emprendedor) y, por tanto, tiene más en común con la idea de empresario tipo Florentino Pérez que con su vecino reponedor en el Carrefour, con el inmigrante marroquí que se cruza todos los días camino del trabajo y vino a España a buscarse un futuro mejor o con los jóvenes que abarrotan las oficinas de (des)empleo buscando acceder en unas condiciones dignas al mercado laboral. Se cree que sus intereses de clase están más próximos a los empresarios simplemente porque puede financiarse a plazos un viaje de vacaciones con su familia a la Riviera Maya. Y además hemos llegado a esta situación por convencimiento propio. Se dice que no hay nada más estúpido que un obrero de derechas, a lo que yo añado de derechas sí, pero además convencido y contento."

27 julio, 2016

Urbanización y defensa del territorio - Miquel Amorós



“Digan ustedes lo que quieran, llámenlo tonto, infantil, lo que quieran, pero ¿no les entran ganas de vomitar a veces de ver lo que estan haciendo con Inglaterra, con sus estanques de cemento y sus enanitos de yeso, con sus duendes y sus basuras en los lugares donde antes estaban los hayedos?… Subir a por aire... ¡Si no hay aire!” (George Orwell, Subir a por aire)
Toda sociedad, en la medida en que reposa sobre un hábitat, es una apropiación del territorio. Éste, en el curso de los años, es modificado lentamente por la actividad humana, y a su vez, debido a sus peculiaridades geográficas, determina dicha actividad. No hace falta recalcar el papel que los lugares han tenido en la formación de las sociedades para afirmar que Historia y Geografía –o Sociedad y Naturaleza– se han condicionado mutuamente. La Revolución Industrial alteró profundamente esa reciprocidad, liberando a la sociedad de los condicionantes territoriales, pero a muy alto precio. Por un lado, la ordenación territorial, gracias al urbanismo, se convirtió en un medio de acumulación de capital; por el otro, la posesión del territorio por el capital, es decir, su transformación en mercancía, acarreó su arrase. Recuérdense por ejemplo el estado deplorable de las zonas industriales o mineras de antaño. Bajo el dominio del capital, la liberación de la sociedad de las constricciones impuestas por la naturaleza fue terrorista. Sin embargo, el proceso no se desarrolló simultáneamente en todas las direcciones. En sus inicios, el espacio del capital era fundamentalmente territorio urbano. Las gentes que vivían en el campo, no realizando sino ocasionalmente intercambios con dinero, quedaban en gran parte fuera de las leyes de la economía. Pero en un periodo relativamente corto de la Historia esto dejó de ser así, de forma que, en la actualidad, todo el territorio sufre las consecuencias de la mundialización de la economía y, por consiguiente, todo el territorio es real o potencialmente urbano. Europa se convierte en una red de manchas metropolitanas en expansión, tendiendo a formar una megalópolis continental dispersa. En esas condiciones, la apropiación social del territorio es inseparable de su degradación y de su destrucción.


El fin de la agricultura tradicional, la última barrera a la descomposición territorial, significó la constitución de un mercado global del territorio. Arrancado a su existencia casi extraeconómica –como el agua o el aire–, el territorio será “clasificado” y entregado al mercado. La motorización de la población y la apertura de accesos posibilitaron que las ciudades perdieran sus límites y que las segundas o terceras residencias, reflejo de la prosperidad de determinados sectores, desplazaran a las actividades rurales. De este modo, irían cayendo todos los obstáculos físicos, lingüísticos, culturales, psicológicos, morales, etc., que definían la identidad territorial, dando como resultado la desaparición del lugar, la muerte de su carácter y de su singularidad. En un espacio integrado, el territorio no urbano es, o bien, reserva “no programada” de lo urbano, o bien decorado naturalista de lo urbano. Ello ha comportado tal dislocación en las formas de vida, tal trivialización de lugares y gentes, tales amenazas a la seguridad o a la salud, que el cuestionamiento de los responsables ha sido inevitable. La voluntad de resistir al proceso de banalización generalizada (a la proletarización del hábitat) y a sus consecuencias nocivas subyace en cada contienda territorial, pero no obstante, esa voluntad casi nunca llega a expresarse con claridad, ya que se halla mediatizada por los intereses creados en las primeras fases del conflicto, en el tránsito de una economía agrícola a una economía de servicios. Estos intereses parciales redefinen una “identidad local” que trata de presentarse como auténtica, tras la que se esconde un grupo social concreto. En efecto, el cambio económico en el campo ha supuesto a la vez que la desaparición del campesinado strictu sensu, la aparición de una clase media neorrural formada a partir de la compraventa de tierras y de la economía generada por los habitantes de las urbanizaciones residenciales (los “domingueros”). No se trata de un campesinado de nuevo cuño, ni tiene demasiado que ver con el sindicalismo agrario, aunque sí con la política local. La componen tanto pequeños productores como funcionarios, estudiantes, comerciantes o trabajadores por cuenta propia. Esta nueva clase es consciente de su origen, la terciarización de la economía, por lo que no cuestiona el proceso que la hizo nacer, pero sí, en cambio, cuestiona sus excesos. Ni siquiera desea volver atrás, a situaciones menos ruinosas. La destrucción presente vale, la futura, ya no; sí a los adosados, no a su proliferación más allá de un límite y así sucesivamente. La dinámica uniformadora y destructora de los procesos urbanísticos pone en peligro su prosperidad y la impulsa a la acción, canalizada por un tipo de organización determinado llamado “plataforma cívica”.

De modo general, las plataformas consideran el territorio como naturaleza y no como lugar donde vive gente. Por eso para ellas lo importante es “conservar el paisaje como un elemento clave de la identidad colectiva” (Declaración de Figueres, Primera Trobada d’Entitats i Plataformes en Defensa del Territori, octubre 2003) y no recrear las asambleas comunales y las formas de cooperación no capitalistas, la verdadera base de la identidad perdida. La identidad parece no ser un hecho histórico, sino un acontecimiento intemporal y eterno. Sobre los espacios naturales reposa algo así como una denominación de origen. Así pues, el territorio puede soportar cualquier actividad económica extraña, a condición de ser planificada y diversificada por un consejo asesor, amparándose en leyes proteccionistas y financiándose con tributos verdes. Los incumplimientos deberían ser perseguidos por una fiscalía específica y castigados por un juzgado ambientalista. Según tal programa, no parece que haya conflicto territorial, sino alteraciones sin demasiada importancia de la buena marcha de la economía que pueden corregirse con una burocracia juridicopolítica. Más concretamente, con la presencia de las plataformas en los centros de decisión. No piden, por lo tanto, éstas, el cese de las decisiones tomadas desde el exterior por la administración y las empresas, y mucho menos la toma asamblearia municipal de decisiones, sino “la participación ciudadana en la toma de decisiones que afectan al territorio como elemento clave de un modelo realmente democrático”. Esta democratización “completa”, definida en las agendas 21, a la vez que ahoga la posibilidad de una expresión directa legitima la destrucción del territorio, evitando el planteamiento de la cuestión social en el seno del conflicto, y, por lo tanto, evitando la formulación de una estrategia defensiva. Las plataformas no aspiran a mediar en el conflicto territorial, sino a sublimarlo.
Y ya que no desean enfrentarse a nadie, no van a fomentar la autoorganización de los afectados, cosa que equivaldría a promover la revuelta territorial, sino a institucionalizar un diálogo con los responsables de la destrucción. Se trataría pues, de negociar los niveles de degradación “racionalizando” la oferta territorial; en suma, de homologar la destrucción, determinar el grado de la misma y garantizar el control. Retocar la forma, respetar el fondo. Los mismos responsables del poder dominante han de corregir las consecuencias de su desarrollismo urbanizador con paliativos consensuados con los dirigentes de las plataformas, como por ejemplo reservas naturales, turismo rural, auditorías y moratorias urbanísticas, subvención de cultivos, plantas de reciclaje, revisión de planes, etc., pero sin afrontar las verdaderas causas, comenzando por el citado desarrollismo, ni atacar a los verdaderos responsables, los promotores, las inmobiliarias, la administración, los operadores turísticos y los compradores de las ciudades. La defensa del territorio queda reducida a simulacro merced a la desaparición de los enemigos, meros símbolos abstractos (p. e. la contaminación, la especulación, el incivismo), y merced a la evaporación del combate, sustituido por gestos afectados y momentos teatralizados (p. e. los almuerzos, las claxonadas, la entrega de firmas, etc.). La acción de las plataformas tiene más de campaña de sensibilización comercial, mediática, que de lucha efectiva. Esa clase de actuación transforma a los afectados en espectadores de su propia causa el control de la cual está en manos de portavoces o de alcaldes, en el redil asociativo o en el político. Sus verdaderos intereses, esencialmente antieconómicos, no llegan a formularse. Desde el principio la opinión plataformil acepta la mercantilización del territorio, pero exige una gestión más eficaz a largo plazo (un nuevo modelo de crecimiento, de movilidad, de urbanismo, etc.) y una reinversión de parte de los beneficios producidos, por así decir, un reciclaje de las plusvalías. La “nueva cultura del territorio”, o nueva manera de uso y consumo territorial, eslogan en boca tanto de los ecologistas como de los ejecutivos, simplemente proclama que en la nueva economía global el impacto medioambiental ha de incluirse en el precio.

El hecho de que políticos y empresarios sostengan un parecido lenguaje indica que el poder económico está dispuesto a dirigir la defensa del territorio, es decir, a controlar su destrucción, puesto que su conservación paisajística es tan rentable como lo fue antes su devastación. No es por casualidad que las mayores inversiones después de las del AVE sean las destinadas a la energía eólica. El poder se crece con las crisis. Si la destrucción del territorio mediante la urbanización es el principal recurso para la formación del capital, también lo está empezando a ser su reconstrucción ajardinada. Poder y plataformas comparten un espacio común. Por eso las plataformas de La Noguera (Lleida), que trabajan “por una nueva cultura de la energía, han solicitado a los diferentes responsables de los departamentos de Medio Ambiente y de Industria poder colaborar en una comisión conjunta, entre empresas, municipios y Generalitat, que racionalice la oferta energética” (Xavier Garcia, Catalunya es revolta). Las plataformas ecologistas imploran un diálogo con el poder en el momento en que éste se vuelve ecologista; forzoso es que se encuentren, primero en los consistorios, después en la administración (p. e. en los gabinetes de medio ambiente), finalmente, en las asesorías privadas y en consejos de empresa. La destrucción, sin embargo, no se detiene, sólo que ahora se la califica de “sostenible”, y, en la medida en que los representantes de las plataformas la fiscalizan, de “gestión democrática”. Es la “nueva cultura del territorio”. Las plataformas se interesan en la democracia cuando no es más que un espejismo. Porque si algún adjetivo merece el actual régimen político de las sociedades donde reina el espectáculo, es el de fascista. No vivimos en una sociedad de ciudadanos, sino en una de masas, en las que los impulsos consumistas y la asistencia tecnológica desempeñan el papel controlador y movilizador otrora atribuido al Estado totalitario y al partido único. Esta nueva modalidad de fascismo no se sostiene con un expansionismo bélico al servicio de un Estado cualquiera, sino mediante un expansionismo económico en guerra contra el territorio y sus habitantes, vigilado por un Estado policía. En estas circunstancias, la formulación de un interés público desde instancias estatales es pura falacia. Bajo el fascismo, todos los partidos son piezas de un único partido, el del orden. Y todos los políticos defienden el predominio de los intereses privados sobre el interés público, o dicho de otra manera, la economía de mercado. En consecuencia ni la política ni la administración pueden ser neutrales y mediar entre dichos intereses. Ambas forman parte de la clase dirigente. Ambas acostumbran a financiarse con la recalificación del suelo. El capitalismo globalizador se basa en la gestión y no en la propiedad, igual que los partidos, por lo que cuando nos paramos ante la política o ante la administración, nos paramos ante empresas. Ahora mismo nos lo podrían decir los trabajadores de Parques y Jardines de Barcelona, puesto que el ayuntamiento va a privatizar la institución municipal de la que dependen. Ante una realidad así, los habitantes no son dueños de su territorio ni de sus ciudades: son clientes de quienes los gestionan. Clientes sin opción a elegir, con un solo plato en el menú.

La administración no es parte de la solución, sino parte del problema. En la mayoría de los casos, esté en manos de la derecha o de la izquierda política, es la principal valedora de las agresiones al territorio, sean ya túneles, trazados para la alta velocidad, pistas de esquí o megapuertos. Una defensa del territorio –una defensa de sus habitantes– ha de tener claro que la administración es el enemigo y abandonar toda tentación política. Los temas que un movimiento en defensa del territorio ha de plantearse, como la reapropiación de la decisión por parte de los habitantes, el derecho a ser los únicos en decidir sobre su hábitat, son abiertamente antipolíticos. La detención de todos los planes generales de ordenación urbana, la desclasificación del suelo como urbanizable o los proyectos desurbanizadores, con demoliciones incluidas, están en flagrante contradicción con los principios en los que se sustenta la política y para asumir esos objetivos con eficacia se necesitará transitar la mayoría de las veces lejos de la normativa y de las instituciones. Los partidos y las instituciones administrativas no pueden representar el interés público porque forman parte del sistema, porque ellos mismos representan intereses privados, y porque son instrumentos contra la formación de los mecanismos de decisión colectiva y las movilizaciones. Aseguran el mango de la sartén. Con ellos nunca podrán afrontarse las medidas necesarias para reducir severamente la movilidad de la población o acabar con el despilfarro de agua y energía. Mucho menos se podrá recuperar el mundo rural y se podrá poner límite a las ciudades. Tal como están hoy los movimientos en defensa del territorio, contaminados hasta las cejas de esporas políticas y ciudadanistas, no tienen demasiado porvenir. Si aquéllas germinan y se desarrollan, convertirán la defensa del territorio en un factor subalterno de su destrucción más o menos encauzada. Pero si saben sacudirse tales deshechos, si se convierten en polos de agrupación y llegan a formular un interés general apoyado en las medidas antes mencionadas, pueden ser un factor determinante de cambios revolucionarios. Han de aprender de los fracasos del movimiento obrero y no caer, ni en la trampa gestionista vecinal, ni en el sindicalismo territorial. Nunca enajenar su voluntad en manos de representantes no elegidos y ni revocables. No permitir la especialización política, excluir a los dirigentes. En eso consiste la autoorganización. La defensa ha de iluminar bien la lucha por el territorio, reflejar los antagonismos, señalar con nombres y apellidos a los adversarios, ensanchar los puntos de ruptura. No ceder al acoso ni a la seducción. Su irrenunciable objetivo ha de ser la liberación del territorio de las determinaciones mercantiles, y eso significa acabar con el territorio como territorio de la economía.
A fin de cuentas, ha de establecer una relación respetuosa entre el hombre y la naturaleza, sin intermediarios. En definitiva, se trata de reconstruir el territorio y no administrar su destrucción. Esa tarea compete a los que viven en él, no a los que invierten en él, y el único marco donde esto es posible es el que proporciona la autogestión territorial generalizada, es decir, la gestión del territorio por sus propios habitantes a través de asambleas comunitarias.
Miquel Amorós
30 de julio de 2004. Charla en la Acampada contra el TAV de Alonsotegui (Bizcaia).

26 julio, 2016

"Con la actual correlación de fuerzas es imposible cambiar algo en nuestra sociedad a través del voto" - Ángeles Diez

Canarias Semanal entrevista a la socióloga y profesora de la UCM Ángeles Diez.


Casi un mes después de las elecciones generales del pasado 26J, las informaciones acerca de los resultados de estos comicios parecen haber caído en una suerte de bucle temporal, en el que se repiten, las mismas cábalas acerca de los posibles pactos que podrían alcanzarse para la formación de un gobierno. Para ir más allá de estas aproximaciones superficiales a la realidad política del Estado español, tratando de profundizar en los factores y las causas que permiten comprenderla, entrevistamos a la doctora en Sociología y Ciencias Políticas, y profesora de la Universidad Complutense de Madrid, Ángeles Diez.


Algunos titulares de la entrevista: 
"Las elecciones se parecen mucho a la compra de un producto en el supermercado. Puedes optar entre diversas marcas, pero no decidir sobre los contenidos. No tienes ninguna capacidad de elección real" 
"Mucha gente ha descubierto que Podemos es un partido homologable al PSOE, el PP o Ciudadanos, que no existen entre ellos verdaderas diferencias sustantivas" 
"Los medios de comunicación de masas son una parte del poder, no existe ningún ningún margen para utilizarlos al servicio de las clases trabajadoras" 
"La crisis económica y la crisis de legitimidad del sistema político obligaron al poder a recurrir a una tercera opción que recogiera todo el malestar e hiciera digerible una salida institucional para toda la movilización social" 
"Para los medios de comunicación de masas, la opción de Podemos fue interesante para construir esa tercera vía que sacara a la gente de las calles y lograra la desmovilización" 
"La izquierda revolucionaria debe trabajar en la base, volver a reconstruir los lazos comunitarios de reflexión y acción, y facilitar que se empiece a entender como funciona el Sistema".



24 julio, 2016

Directivos mafiosos de la OTAN cantando «We are the world» («Somos el mundo»)



"Estambul, 13 de mayo de 2015. Al final de un festín, al parecer bien regado con alcohol, los dirigentes de la OTAN, en una especie de burla a los cretinos que todavía toman al pie de la letra sus discursos sobre la paz, no encuentran nada mejor que entonar a coro “We are the World”. En este indecente video aparecen el general estadounidense y entonces jefe supremo de las fuerzas de la OTAN en Europa Philip Breedlove, el secretario general de la alianza Jens Stoltenberg, la responsable de Relaciones Exteriores de la Unión Europea Federica Mogherini y numerosos ministros de Defensa".


"La OTAN funciona como una vulgar sucursal de la mafia, el que no paga se expone a ser víctima de atentados terroristas". Thierry Meyssan


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Las casualidades no existen: la nueva sede de la OTAN evoca simbología Nazi.
La sospechosa semejanza del nuevo edificio de la sede del Consejo de la OTAN en Bruselas y un símbolo nazi no ha pasado desapercibido para los usuarios rusos de las redes sociales.


19 julio, 2016

Fascismo S.A. - Aris Chatzistefanou

publicado por: http://sobrelaluchadeclases.blogspot.com.es/2015/02/fascismo-sa.html


"Fascism, Inc." (Fascismo, S.A.) es el último documental del periodista y director griego Aris Chatzistefanou, el cual culmina así su trilogía sobre las causas y los efectos de la crisis financiera en Grecia, que incluye los anteriores documentales "Debtocracy" y "Catastroika" (más información sobre la trilogía completa: Deudocracia, Catastroika y Fascismo S.A. - Imperialismo y crisis capitalista en Grecia). Ha sido estrenado recientemente y puesto a libre disposición en Internet.



El documental expone abiertamente las conexiones históricas del gran capital con los movimientos fascistas europeos desde sus inicios hasta la realidad actual de la creciente amenaza fascista encarnada en Grecia por el partido neonazi Amanecer Dorado. Estos inicios son situados el 23 de marzo de 1919 en una reunión celebrada en la sede de la Alianza Industrial de Milán, durante la cual el líder fascista Mussolini prometía, ante los grandes industriales allí congregados, declarar la guerra al socialismo, a los pequeños agricultores y a la clase obrera con sus sindicatos. Con las aportaciones de historiadores expertos en la materia, Chatzistefanou va desgranando cómo la gran burguesía industrial de la época no solo toleró, sino que financió activamente las dictaduras de Hitler y Mussolini, contribuyendo decisivamente al estallido de la guerra más bárbara y mortífera que la humanidad haya sufrido a lo largo de su historia, mientras participaba alegremente del florecimiento industrial y de los beneficios que le aportó incluso la mano de obra gratuita obtenida en los campos de concentración nazis. También ofrece importantes y reveladores datos sobre la protección brindada por las potencias occidentales vencedoras en la II Guerra Mundial, especialmente por los EEUU, a los capitalistas alemanes implicados en los crímenes de guerra, y que fueron juzgados y condenados en piezas separadas de los Juicios de Nuremberg entre 1947 y 1948 ante tribunales militares norteamericanos, no ante la Corte Militar Internacional que juzgó a los dirigentes nazis, y que curiosamente en 1951 habían abandonado en su totalidad la cárcel. Resulta muy interesante en el mismo sentido la lectura que hacia la parte final hace el escritor, historiador y cineasta pakistaní Tariq Ali de los elogios que en su momento expresó el reverenciado primer ministro británico Winston Churchill sobre Mussolini y Hitler. En la segunda parte el documental repasa las tres dictaduras fascistas que ha sufrido Grecia entre 1936 y 1974 y las implicaciones de la gran burguesía en las mismas, así como la resistencia antifascista contra la ocupación alemana, la revolución y la guerra civil griega (1941-50), y termina con un amplio catálogo de evidencias sobre las conexiones entre el fascismo y el capital que llegan hasta nuestros días, mostrando cómo las actuales políticas y presiones de la UE representan claramente los intereses de esas élites económicas tan poco escrupulosas a la hora de utilizar al fascismo en su defensa y provecho cuando las crisis capitalistas alcanzan sus fases más intensas y destructivas, con el consiguiente aumento de la protesta social y la movilización de las clases trabajadoras.

En palabras del propio Aris Chatzistefanou durante la presentación de su documental en noviembre de 2014 en la Universidad de Portsmouth, Reino Unido, dentro de la celebración anual del festival de humanidades "Being Human", "una crisis económica puede existir sin el fascismo, pero el fascismo no puede existir sin una crisis económica", por lo que su propuesta quiere contribuir a demostrar que el fascismo griego y el partido Amanecer Dorado son utilizados por políticos, empresarios y medios de comunicación para alcanzar sus propios intereses. "Fascism, Inc." es por tanto un documental imprescindible para la militancia de izquierda más comprometida con la lucha anticapitalista, y muy recomendable igualmente para toda persona preocupada por comprender mejor las razones y las raíces históricas de la realidad sociopolítica y económica actual. Un valiente trabajo de investigación que expone con datos y señales, tan soslayados u ocultados generalmente a la opinión pública, y con un estilo visual muy atractivo y un relato fluido y apasionante, lo que para muchos es una verdad incuestionable: que el fascismo es el hijo natural del capitalismo, aunque como su brazo ejecutor armado termina siendo su más vil y sanguinario hijo bastardo.

Página oficial del documental: 
Blog del festival Being Human: 

Ver en youtube en versión original subtitulada:



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¿Pero qué esperáis?
¿Que los sordos se dejen convencer
y que los insaciables
os devuelvan algo?
¿Que los lobos os alimenten, en vez de devoraros?
¿Que por amistad
los tigres os inviten
a que les arranquéis los dientes?
¿Es eso lo que esperáis?

(En: Brecht, Poemas 1913-1956.
Edit. Brasiliense, 1986. Traducción A. Marcos)

17 julio, 2016

Decrecimiento / anticapitalismo - Carlos Taibo (Santiago - Chile)



transcripción del audio 1: Loam

Me parece que es fácil enunciar cuales son los rasgos de la crítica libertaria de la pseudo-democracia liberal. Los enuncio telegráficamente así: esa forma de pseudo-democracia, en primer lugar, se asienta en un escenario marcado por lacerantes desigualdades. Obedece en realidad al propósito de ratificar esas desigualdades. Bebe de artificiales mayorías que son el producto de una dramática distorsión de las creencias de la población. En su trastienda operan, bien lo sabéis, formidables corporaciones económico-financieras que son las que dictan las reglas del juego en las materias realmente importantes. Por si poco fuera todo lo anterior, cuando las cosas vienen mal dadas, esa forma de pseudo-democracia no duda en hacer uso de la fuerza a través de lo que conocemos en forma de represión en nuestras calles, o a través de golpes de estado asestados en países del sur que tienen la mala fortuna de contar con materias primas razonablemente golosas.

Creo que, frente a esta crítica de la democracia liberal, los libertarios proponemos tres grandes conceptos: el primero de ellos se llama democracia directa. Rechazamos las formas de democracia representativa y delegativa, y rechazamos también, y esto es importante subrayarlo, liderazgos y personalismos. En uno de esos libros que se ha mencionado antes, en Repensar la anarquía, en un momento determinado, acometo una reflexión lingüístico-terminológica que me invita a recordar que no deja de ser llamativo que la mayoría de las corrientes de pensamiento, no todas, pero la mayoría, derivadas de la obra de Marx, se vinculen con nombres de personas: hablamos de marxismo, de leninismo, de estalinismo, de trotskismo, de luxemburguismo, de castrismo, de guevarismo, de maoísmo. Esta es una práctica, creo yo, afortunadamente desconocida en el mundo libertario. Es verdad que en la España del siglo XIX se hablaba de los bakuninistas, pero llamativamente fue un término ideado por los detractores de los bakuninistas. Defendemos, en segundo lugar, la acción directa. ¿Qué significa esto? Que queremos retener en todo momento y lugar una plena capacidad de control sobre lo que hacemos, y que procuramos, por añadidura, que en lo que hacemos haya una relación directa entre los medios que desplegamos y los fines que deseamos alcanzar. Defendemos, en fin, la autogestión. El término parece que es de introducción relativamente reciente, se extendió al calor del mayo francés de 1968. Pero cuando uno lee las resoluciones de los diferentes congresos de la CNT española anteriores a la guerra civil de 1936, descubre que, aunque la palabra no está ahí, el concepto está claramente presente. Permitidme que subraye que en España, antes de la guerra civil, las prácticas y la cultura autogestionarias tenían un peso ingente. A buen seguro que habéis escuchado hablar, más de una vez, de las colectivizaciones libertarias en el campo aragonés y en la industria catalana en 1936 y en 1937. El adjetivo me parece que no es muy adecuado, ¿por qué?, porque en esas colectivizaciones había también muchos militantes de la UGT socialista. Me interesa subrayarlo para llamar la atención sobre el hecho de que la cultura y las prácticas autogestionarias rompían las fronteras del propio mundo libertario. Estoy obligado a preguntarme sobre qué ha quedado de esa cultura y de esas prácticas: me temo que muy poco. Bastará con acometa una rapidísima reflexión sobre la condición de los dos sindicatos hoy mayoritarios en España. Cuentan con centenares de miles de afiliados, con recursos económicos razonablemente importantes, ¿qué tipo de proyecto autogestionario han sido capaces de desplegar en el transcurso de los últimos 35 años?: una modestísima agencia de viajes, algo que, me temo, retrata fidedignamente la deriva dramática de buena parte del movimiento obrero español.

Segunda observación que quiero haceros. La propuesta libertaria tiene que ser orgullosamente anticapitalista. Creo que lo he dicho bien. No basta con que sea meramente anti neoliberal. No es lo mismo ser anti neoliberal que ser anticapitalista. Uno puede rechazar el neoliberalismo por entender que es una versión extrema e indeseable del capitalismo, pero aceptar al mismo tiempo la lógica del fondo de este último. O puede rechazar por igual el neoliberalismo y el capitalismo, que creo que es lo que hacen los libertarios. En esta dimensión, me parece que estamos obligados a rescatar el concepto de lucha de clases, en el buen entendido de que el debate correspondiente presenta hoy perfiles diferentes que los que exhibía hace 100 años. La principal concreción orgánica, en España, de un proyecto anticapitalista en el mundo libertario es lo que llamamos anarcosindicalismo. Siempre que digo esto de la principal concreción orgánica, me da por recordar unas palabras de esta estimulante figura intelectual que es el ministro del interior español, quien hace unos meses afirmó que había sido desactivado un grupo anarquista sorprendentemente bien organizado. Este buen señor, debería leer un manual de teoría política elemental: los anarquistas no están contra la organización, están contra las formas coactivas o coercitivas de la organización, que es algo “un poco diferente”. Siempre que tengo la oportunidad, subrayo que, desde mi punto de vista, un trabajador en general, un sindicalista en particular, debe hacer tres grandes preguntas: la primera es la relativa a cómo trabajamos. Las palabras alienación y explotación han desaparecido llamativamente de lenguaje de los sindicatos mayoritarios en España cuando definen, y poderosamente, nuestra vida cotidiana dentro y fuera de los centros de trabajo. La segunda gran pregunta es la relativa a para quién trabajamos. Era la pregunta principal que se hacían los sindicalistas de la CNT en España antes de 1936, cuando su objetivo mayor, con toda evidencia, era acabar con el capitalismo. Hoy, a los ojos de las cúpulas directoras de esos sindicatos mayoritarios españoles, pareciera como si el capitalismo fuese el aire en el que inexorablemente tenemos que movernos. La tercera y última pregunta, en fin, es la relativa a qué hacemos, qué bienes producimos, qué servicios generamos, no vaya a ser, por ejemplo, que lo que hacemos hoy ponga en peligro los derechos de ls integrantes de las generaciones venideras.

Tercer elemento que quiero considerar. La propuesta libertaria plantea, inexorablemente, una discusión relativa a la institución Estado. En este caso, me siento en la obligación de llamaros la atención sobre dos riesgos que entiendo que están ahí. El primero asume la forma de una obsesión tal con la institución Estado que perdemos un poco el rumbo. Hay muchas formas de alienación y de explotación que no pasan por la institución Estado. Si asumimos que el Estado es un aparato al servicio de la clase dominante, tendremos que preguntarnos por los otros muchos mecanismos de dominación que emplea esa clase. Me preocupa muchísimo más, sin embargo, el otro riesgo que asume la forma de una excelsa superstición, la de que el Estado es una institución que en esencia lo que hace es protegernos. Frente a esto, lo primero que hay que oponer es el recordatorio de algo evidente: la dimensión burocrática, militar, carcelaria, represiva que exhibe de siempre y en todos los escenarios la institución Estado. Pero admitiré de buen grado que el debate principal que se refiere a esto, en Europa hoy, es el relativo a los llamados estados del bienestar. No sé si habéis caído alguna vez en la cuenta de este curioso término que embellece gratuitamente la realidad correspondiente: estados del bienestar. Creo, de nuevo, que es fácil enunciar los términos de la crítica libertaria de los estados del bienestar. Lo hago así: son formas de organización económica y social propias y exclusivas del capitalismo, por completo desconocidas fuera de éste. Segundo: dificultan hasta extremos inimaginables el despliegue de prácticas de autogestión desde abajo. Tercero: beben de la filosofía mortecina de la social democracia y del sindicalismo de pacto. Cuarto: no han venido a liberar, como anunciaban, a tantas mujeres que son hoy víctimas de una doble o de una triple explotación. Quinto: no tienen ninguna condición ecológica solvente, tanto más cuanto que la figura “estado del bienestar” en Europa emergió en un momento cronológico, la llamada era del petróleo barato, que visiblemente ha terminado. Sexto y último: no exhiben ninguna condición solidaria con los habitantes preteridos, castigados, explotados de los países del sur.

Conviene que no extraigáis ninguna conclusión precipitada de lo que acabo de decir. Yo no le estoy pidiendo a un anciano, en España, que renuncie a la pensión que recibe y a la atención que le dispensan en un hospital de la seguridad social. Creo que los libertarios no estamos contra lo público, estamos por la autogestión y la socialización de lo público cuando ello sea posible, que es verdad que no siempre es posible. Lo digo de la mano de un ejemplo personal. Hace, qué sé yo, media docena de años, se produjeron en España movilizaciones estudiantiles contra la LOE, la Ley Orgánica de Educación. Cuantas veces tuve oportunidad, al calor de esas movilizaciones, me pronuncié en favor de una enseñanza pública, universal, gratuita, laica y de calidad, pero un buen día, mientras enunciaba toda esta retahíla de adjetivos recordé que cuando yo era un estudiante universitario criticábamos agriamente la enseñanza pública porque entendíamos que era un mecanismo central de reproducción de la lógica del capital, y ¡ojo, que no íbamos desencaminados! ¿Qué es lo que ha ocurrido en los 30 últimos años en España?, que hemos ido retrocediendo tanto que en un momento determinado, creo yo que cargados de repetabilísima razón, decidimos cavar una trinchera y salir en defensa de la enseñanza pública. Bien está que lo hagamos, pero repito, tendremos que etiquetar, tendremos que adjetivar esa defensa y hablar de lo público autogestionado y socializado. Lo digo de una manera más. Yo trabajo, os he dicho antes, en un departamento de ciencia política en una universidad pública en España. Si alguien me pidiese la elaboración de un informe relativo a las actividades de cariz social, alternativo, solidario desplegadas por mi departamento, yo le entregaría un puñado de hojas en blanco, lo público por sí sólo, infelizmente no es garantía de nada o es garantía de muy poco.

Cuarta observación que quiero haceros. Cuando uno defiende la democracia directa es muy común que se encuentre con una réplica que, mal que bien, dice: eso de la democracia directa está muy bien, es muy bonito, pero infelizmente es un proyecto irrealizable en sociedades complejas como las que tenemos. Cuál entiendo yo que debe ser la réplica a ese argumento: no estamos defendiendo sólo la democracia directa, estamos reclamando una transformación radical de nuestras sociedades que en una de sus dimensiones fundamentales obedece al propósito de permitir el despliegue de la democracia directa. Si tengo que resumir pedagógicamente cómo veo yo el sentido de fondo de esa transformación, me serviré de cinco verbos: decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar y descomplejizar nuestras sociedades. ¿Por qué decrecer? Si vivimos en un planeta con los recursos limitados no parece que tenga mucho sentido que aspiremos a seguir creciendo ilimitadamente, tanto más, cuanto que sobran las razones para concluir que hemos dejado muy atrás las posibilidades medioambientales y de recursos que la tierra nos ofrece. Pensad, que la huella ecológica española es de 3,5. ¿Qué significa esto? Significa que para mantener las actividades económicas hoy existentes en España precisamos tres veces y media el territorio español. La huella ecológica chilena, si no estoy equivocado, corregidme, está por un 2,3., no es tan alta como la española, pero es visiblemente excesiva. Qué implica esto, implica que estamos reduciendo dramáticamente los derechos de los integrantes de las futuras generaciones y que estamos en el norte opulento ratificando la situación dramática de muchos de los países del sur. 

En este sentido, la perspectiva del decrecimiento nos dice que en el norte opulento, inexorablemente, tenemos que reducir los niveles de producción y de consumo. Pero nos dice otras muchas cosas: que tenemos que recuperar la vida social que hemos ido perdiendo, absorbidos como estamos por la lógica de la producción, del consumo, de la competitividad; que tenemos que apostar por el ocio creativo, que tenemos que repartir el trabajo, que tenemos que reducir las dimensiones de muchas de las infraestructuras que empleamos, que tenemos que restaurar la vida local en un escenario de reaparición de fórmulas de democracia directa y autogestión, o en fin, que en el terreno individual tenemos que apostar por la sobriedad y por la sencillez voluntaria. Más fácil es explicar el sentido del segundo verbo: desurbanizar. En España, como en Chile, muchos de nuestros abuelos abandonaron el medio rural hace bastantes años porque entendían, legítimamente, que en las ciudades se vivía mejor, hoy asistimos incipientemente a un proceso de signo contrario, las ciudades son cada vez más difícilmente habitables, y hay mucha gente, mucha gente… hay alguna gente, que empieza a retornar al campo. En cualquier caso, las personas que son conscientes del riesgo de un colapso inminente del sistema, saben que una de las pocas respuestas eficientes que tenemos ante esto es la que pasa por reconstruir muchas de las prácticas cotidianas y muchos de los elementos de sabiduría popular del medio rural.

He hablado en tercer término de la urgencia de destecnologizar nuestras sociedades. Asumiré de buen grado que el término tiene cierta dimensión provocadora. Si quiero enunciar el argumento de forma más mesurada diré que tenemos que analizar hipercríticamente cuál es la condición aparentemente emancipadora de muchas de las tecnologías que el sistema nos regala. John Zerzan es el principal teórico de lo que se llama el anarco-primitivismo. Es un pensador desmesurado, pero por momentos tengo la impresión de que sólo los pensadores desmesurados son interesantes. Zerzan afirma que todas las tecnologías creadas por el capitalismo llevan por detrás la impronta de la división del trabajo, de la jerarquía y de la explotación. Es un argumento serio que merece ser escuchado. Yo ya he dicho que no voy tan lejos, me limito a examinar críticamente algunas de las ilusiones ópticas que se derivan de nuestro empleo de tecnologías aparentemente liberadoras. Facebook, por ejemplo. Yo tengo 5000 amigos en Facebook, alguien podría pensar que mi vida social es inmensamente rica… bueno, ya sabéis que la realidad es un poco más compleja, llega uno por la noche a su casa, enciende el computador, entra en Facebook y puede dejarse llevar por la impresión de que el país se encuentra inmerso en una plena ebullición revolucionaria.

He hablado en cuarto término de la necesidad de despatriarcalizar nuestras sociedades. Dentro de un momento voy a defender la construcción de espacios autónomos, autogestionados, desmercantilizados, y despatriarcalizados. Estos espacios existen ya en España y a buen seguro que también en Chile, han progresado, en efecto, en el camino de la autogestión y de la desmercantilización, y sin embargo en muchos casos mantienen todas incólumes las reglas de la sociedad patriarcal. Para explicar esto utilizo siempre un argumento que pretende contraponer la percepción libertaria de la propia de lo que voy a llamar, tal vez con alguna ligereza, la izquierda tradicional. Para la izquierda tradicional, el problema principal se resume de manera fácil: aquí estamos nosotros, ahí está el sistema, tenemos que demostrar que somos más numerosos y más fuertes que el sistema. La percepción libertaria es parecida, pero con un agregado importante, dice: aquí estamos nosotros, ahí está el sistema, tenemos que demostrar, en efecto, que somos más numerosos y más fuertes que el sistema, pero no debemos olvidar nunca que formamos parte de ese sistema que queremos echar abajo, de tal suerte que su lógica, sus principios y sus valores influyen poderosamente en nuestra conducta cotidiana. Me limito, en este caso, a rescatar un dato entre muchos que retrata sólo una dimensión de la cuestión: el 70% de los pobres que hay en el planeta son mujeres. Es un porcentaje muy llamativo. No estoy hablando de un 52% de mujeres pobres, contrapuesto a un 48% de hombres, me estoy refiriendo a la distancia abismal que separa a un 70 de un 30%. Quien afirme que los problemas de marginación, simbólica y material de las mujeres, están en vías de resolución, me parece que le está dando la espalda a la realidad.

He hablado, en fin, de la urgencia de descomplejizar nuestras sociedades, hemos aceptados sociedades cada vez más complejas con una consecuencia muy delicada: cada vez somos más dependientes, cada vez somos menos independientes. Mi buen amigo Ramón Fernández Durán falleció en Madrid hace cinco años. En sus dos libros póstumos llamaba la atención sobre una paradoja que me interesa rescatar, decía: muchos de los desheredados del planeta, habitantes de los países del sur, se encuentran paradójicamente en mejor posición que la nuestra, la de los habitantes del norte, para hacer frente al colapso que se avecina. ¿Por qué? Viven en pequeñas comunidades humanas, han mantenido una vida social mucho más rica que la nuestra, han preservado una relación mucho más fluida con el medio natural, y en último término son, paradójicamente, mucho más independientes. Quiero preguntarme qué podría ocurrir en España si dejasen de llegar los suministros de petróleo. Todo se desmoronaría de la noche a la mañana. Si queremos recuperar independencia, inexorablemente tendremos que apostar por sociedades cada vez menos complejas.

Quinta observación que quiero haceros. He contado muchas veces que hace unos años se publicó en Francia un libro que subrayaba que existen muchas semejanzas entre la crisis del año 1929 y la de los últimos tiempos. A buen seguro que, cuando este ensayista francés acometía esa comparación, en modo alguno deseaba transmitirnos un mensaje tranquilizador, no olvidéis que la crisis de 1929 estuvo en el origen de los asentamientos de los fascismos en Europa en la década siguiente. Estuvo en el origen, si así lo queréis de la propia segunda guerra mundial. Yo tengo, sin embargo, la impresión de que el argumento se queda un tanto corto. ¿Por qué? Nos hemos acostumbrado a utilizar la palabra crisis para identificar la manifestación financiera del fenómeno, y olvidamos que en la trastienda hay otras crisis, ahora en plural. ¿En qué estoy pensando? En el cambio climático, que es una realidad que ya está ahí y que no tiene ninguna consecuencia saludable. En el agotamiento inevitable, en el medio plazo, de todas las materias primas energéticas que empleamos. En los problemas demográficos que castigan en singular a determinadas regiones del planeta. En el mantenimiento, lo he dicho hace un momento, de la situación de postración que padecen tantas mujeres. O, en fin, en la prosecución del expolio de los recursos de los países del sur. Si cada una de estas crisis por separado es suficientemente inquietante, la combinación de todas ellas, a mi entender, resulta literalmente explosiva. ¿Cuál es el escenario de fondo de este debate? El capitalismo es un sistema que históricamente ha demostrado una formidable capacidad de adaptación a los retos más dispares. La gran pregunta hoy es la relativa a si no estará perdiendo, rápida y dramáticamente los mecanismos de freno que en el pasado le permitieron salvar la cara. Si llevado, por decirlo de otra manera, de un impulso al parecer incontenible, encaminado a acumular espectaculares beneficios en un periodo de tiempo muy breve, no estará cavando su propia tumba, con el agravante, ciertamente, de que dentro de la tumba estamos nosotros y puede desmoronarse sobre nuestras cabezas. Lo digo de otra manera: uno puede y debe criticar agriamente al capitalismo, por entender que ha sido de siempre un sistema injusto, explotador y excluyente, pero reconozcamos al mismo tiempo que ha sido un sistema razonablemente eficiente. ¿En qué sentido? En el sentido de que ha permitido garantizar que la mayoría de los empresarios obtuviesen los beneficios que deseaban alcanzar: hoy, ni siquiera esto es evidente. 

Estos neoliberales que han rechazado orgullosamente toda intervención de los poderes públicos en la economía, ¿qué es lo primero que han hecho cuando las cosas han venido mal dadas?, utilizar el teléfono para pedir las ayudas preceptivas de los ministerios, de las municipalidades, de las consejerías: ¡qué mejor indicador de pérdida de eficiencia básica! La propia imprevisión con la que el capitalismo obsequia la crisis ecológica, creo que nos emplaza delante de la conclusión de que el sistema se adentra a marchas forzadas en una etapa de corrosión terminal. No olvidéis que hay un consenso abrumador en la comunidad científica internacional, en lo que se refiere al hecho de que es inevitable que la temperatura media del planeta suba al menos dos grados con respecto a los niveles propios de la era pre-industrial. Cuando alcancemos ese momento, nadie sabe lo que viene después, pero nada bueno. El consenso no es tan abrumador, pero es muy amplio en lo que respecta a la idea de que el llamado pico del petróleo ha quedado ya atrás. En lenguaje más llano: la producción inevitablemente empezará a descender, y los precios comenzarán a subir, Debo, con todo, tirar una piedra sobre mi propio tejado. Acabo de sugerir que no veo en el capitalismo contemporáneo ninguna conciencia en lo que respecta a los retos derivados de la crisis ecológica: no es completamente cierto. Hace bastantes años, se tradujo en España un libro de un periodista alemán llamado Carl Amery, el libro se titula Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?, entre signos de interrogación. La tesis principal que maneja Amery en esa obra señala que estaríamos muy equivocados si concluyésemos que las políticas que abrazaron los nazis alemanes ochenta años atrás remiten a un momento histórico singularísimo, coyuntural y, por ello, afortunadamente irrepetible. Amery nos invita, antes bien, a estudiar en detalle esas políticas ¿por qué?; porque bien pueden reaparecer en los años venideros, no defendidas ahora por ultra marginales grupos neonazis, sino postuladas por algunos de los principales centros de poder político y económico cada vez más conscientes de la escasez general que se avecina, y cada vez más firmemente decididos a preservar esos recursos escasos en unas pocas manos, en virtud de un proyecto de lo que algunos llaman ecofascismo, otros describen como darwinismo social militarizado. 

Creo yo, que el grueso de las políticas que abrazan los sucesivos presidentes de los Estados Unidos, hunde sus raíces en un proyecto de esta naturaleza. Como creo yo, por rescatar otro ejemplo, que muchas de las medidas que la Unión Europea aplica de un tiempo a esta parte a los inmigrantes pobres que llegan a nuestras costas y aeropuertos hunden sus raíces, de nuevo, en un proyecto de esta naturaleza. En España hay una palabra que falta, llamativamente, en el discurso de todos los responsables políticos, incluso de los aparentemente alternativos, me refiero a la palabra colapso. En los círculos en los que yo me muevo, lo del colapso suscita dos respuestas diferentes, la primera es crudamente realista y dice: no nos queda más remedio que aguardar a que llegue el momento del hundimiento del sistema. ¿Por qué? Porque será la única manera que permita que la mayoría de nuestros conciudadanos tomen nota de sus obligaciones. Esta primera perspectiva es, sí, crudamente realista, pero no nos engañemos, es profundamente desalentadora. El colapso, por definición, se traducirá en una multiplicación espectacular de los problemas y una reducción paralela de la posibilidad de resolverlos. La segunda de las respuestas tiene un cariz voluntarista y dice: tenemos que salir con urgencia del capitalismo, y lo que hoy está a nuestro alcance pasa por construir espacios autónomos, autogestionados, desmercantilizados y despatriarcalizados. 

Este es un debate que ha dividido en dos desde el principio al movimiento del 15 de mayo en España, había una parte de ese movimiento que entendía que el cometido mayor del 15M consistía en elaborar propuestas en la confianza de que serían escuchadas por nuestros gobernantes. Hay otra parte, la que pervive del 15M, que desde el principio ha entendido que el cometido de ese movimiento estribaba en abrir espacios autónomos. Estoy pensando en lo que suponen los grupos de consumo, las ecoaldeas, las cooperativas integrales, las formas de banca ética y social que han ido germinando o el incipiente movimiento de trabajadores que en régimen autogestionario cooperativo se han hecho con el control de empresas que estaban al borde la quiebra. Entiendo yo, que el trabajo de esos espacios autónomos no tienen sentido si se consideran como meros islotes, que hay que trabajar por su federación y que hay que trabajar por acrecentar su dimensión de confrontación con el capital y con el Estado, en el buen entendido de que admito, me remito a la discusión anterior, que esos espacios tanto pueden servir en la cabeza de unas personas para esquivar el colapso, como para prepararnos para el momento posterior al colapso.

Sexta y última observación que quiero haceros en forma de dos rápidas conclusiones. Qué dice la primera. Hay una crítica vertida sobre el mundo libertario que merece ser escuchada porque plantea un problema real. Más o menos viene a decir: los libertarios sois muy sagaces a la hora de criticar la miseria existente, pero no lo sois tanto cuando llega el momento de articular opciones alternativas en la realidad. Es verdad. Recordaréis que hace unos minutos llamé la atención sobre la condición de los sindicatos mayoritarios en España y subrayé cómo, con los recursos ingentes de los que disponen no se les ha ocurrido que tienen posibilidades objetivas de desplegar proyectos autogestionarios. Estoy obligado, sin embargo, a formular la misma pregunta sobre nuestros libertarios, ¿estamos a la altura de las circunstancias, o por el contrario lo que hacemos deja mucho que desear, como me temo? Hay un concepto que utilizaban con profusión en España nuestros abuelos y bisabuelos anarquistas y anarcosindicalistas, que fue cayendo en desuso, tal vez porque alguno de sus significados era un poco abstruso, me refiero a lo que llamaban propaganda por el hecho. Qué entiendo yo que nos estaban diciendo. Nos estaban diciendo: está muy bien organizar actos como este, publicar revistas, editar libros, convocar manifestaciones y concentraciones, pero lo más interesante que podemos hacer pasa por intentar llevar a la realidad económica y social nuestras ideas. 

Es verdad, para decirlo todo, que si aquí estuviese uno de esos abuelos o bisabuelos que acabo de mencionar, probablemente recibirían con algún recelo esa propuesta de construcción de espacios autónomos, diría, está bien, pero nosotros, antes de 1936 nos entregábamos directamente a la expropiación del capital. Es verdad. Yo creo que el momento simbólicamente más glorioso de la historia española del primer tercio del siglo XX se produce cuando en un pequeño pueblo de Aragón, los anarquistas locales, o quienes fueren, porque poco me importa, deciden instaurar el comunismo libertario. ¿Qué es lo primero que hacen? Queman el registro de la propiedad. Ahí no hay trampa ni cartón, el proyecto es muy evidente. ¿Qué nos ocurre a nosotros? Que hemos ido retrocediendo de tal manera que nuestras capacidades son muy limitadas. Pero quiero yo pensar que, si lo hacemos bien, esos espacios autónomos pueden convertirse en el fermento de un proyecto que permita recuperar las prácticas de esos viejos abuelos y bisabuelos anarcosindicalistas. En Barcelona, en 1933, había barrios enteros en los cuales la policía y la guardia civil no se atrevía a entrar, eso si que eran espacios autónomos. Pero, repito, infelizmente nuestras capacidades son hoy más limitadas.


Segunda de las conclusiones, mucho más rápida. Desde hace un tiempo, confieso que me encuentro inmerso en una lucha sin cuartel contra los proyectos… realistas. Cuando escucho que alguien dice: es que eso que estáis revindicando no es realista, inmediatamente me sublevo. No hay mejor retrato del realismo que la transición política española de hace treinta años. Materializada, y algo de esto sabéis aquí en Chile, en dos grandes partidos que se turnan en el gobierno y que en sustancia hacen lo mismo, en dos cúpulas sindicales que no se oponen a nada y en una plétora de medios de comunicación que emiten, monocordes, las mismas monsergas. Hay una frase muy sonora, un poco descortés y políticamente incorrecta de Bernanos, el novelista católico francés, que creo da en el clavo de la cuestión. La frase dice: el realismo es la buena conciencia de los hijos de puta. Invocan la realidad como si les viniese dada por la naturaleza, de tal manera que fuese inmodificable, cuando con toda evidencia es la realidad que ellos mismos han perfilado en descarado provecho de sus intereses más obscenos. En este orden de cosas, me parece que tenemos que ser orgullosamente no realistas. Gracias por haberme escuchado.


15 julio, 2016

¿De qué terrorismo hablamos? - Loam


Noam Chomsky: “La peor campaña terrorista en el mundo es la que está siendo orquestada en Washington”
Según la RAE:
terrorismo
1. m. Dominación por el terror. 
2. m. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. 
3. m. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.
Cabría, pues, denominar como terrorismo un sinfín de actos perpetrados individual o colectivamente. Así, podríamos aplicar el término al maltratador/a de género que aterroriza a su pareja para dominarla o que directamente la asesina. Qué decir de esas prácticas publicitarias a todas luces engañosas, auspiciadas por ciertas industrias y encaminadas a establecer una lucrativa clientela de envenenados y amedrentados adeptos. O, en este mismo sentido, la pavorosa amenaza doctrinal con que ciertas religiones aterrorizan a sus fieles con el fin de mantenerlos en “el buen camino”. O el mismo paro, utilizado por el Estado y la patronal como amenaza para aterrorizar a la población con el fin de someterla e imponerle sus tiránicas condiciones. Y qué decir de la banca, de su implacable usura, cuántas vidas quebradas y suicidios no habrá propiciado su abusivo proceder. La lista de actos terroristas, cometidos en nombre de dios, del Estado, del lucro, de la competitividad, de la sanidad, de la industria farmacéutica, alimentaria, automovilística, etc., sería realmente extensa y fundada. Sin embargo, no es bajo tal denominación (terrorismo) que dichos actos son contemplados por la sociedad ni por los llamados medios de comunicación.
Ciertamente, cabe plantearse lo mismo con otros términos tales como crimen, robo, estafa, violencia… Pero es el terrorismo el que actualmente ocupa y protagoniza, de manera más que sospechosa, titulares, artículos, minuciosos análisis e innumerables tertulias mediáticas que siempre suelen desembocar en las mismas conclusiones: los terroristas no somos “nosotros”, son ellos. Quien paga manda y quien se vende pregona su consigna.
Y sin embargo, el o la Terrorista, que no sus manipulados peones, pues incluso en esto hay clases, es un personaje respetado, recibido con honores de Estado y agasajado por sus pares, aclamado y votado por la multitud, e incluso poseedor del Premio Nobel de la Paz. 

09 julio, 2016

A los Estados - Walt Whitman




Consentida sin discusión la obediencia, se ha caído en el
servilismo absoluto:
Una vez sometida, totalmente, no hay nación alguna, ningún
Estado o ciudad de la tierra que encuentre en lo sucesivo
su libertad.